Estaban a centímetros del Salvador…Pastor Randall Gamboa Guillen

 Su insolencia le condenó, su temor le salvó.

 Pero el otro criminal protestó: «¿Ni siquiera temes a Dios ahora que estás condenado a muerte? Nosotros merecemos morir por nuestros crímenes, pero este hombre no ha hecho nada malo».  Lucas 23: 40-41.

Creo que ninguno de los dos en su vida delictiva, desordenada y llena de pecado, hubiera imaginado que el día de su muerte, el día que se haría efectiva su condena por parte del imperio romano, les correspondería morir al lado del hijo de Dios.

Si, el hijo de Dios, el Justo.
Si, el plan eterno de Dios desde antes de la creación del mundo, de poner a Hijo amado en una cruz de vergüenza y dolor, en lugar de colgarnos a nosotros.

Nadie más cerca para ver expirar al Hijo del cielo, que aquellos dos.  Dos malhechores como dicen algunas versiones, otros dicen que ladrones, otra versión dice delincuentes y otra dice criminales. De cualquier modo, y por donde se quiera apreciar, quienes estaban ahí merecían su castigo (según legislación romana) debido a sus actos. Excepto uno de aquellos tres.

Había llegado el día en que las profecías del antiguo testamento se cumplirían respecto al cordero de Dios. Eran días festivos, era días de recordar la liberación gloriosa por parte de Dios de la opresión faraónica.
Eran día de cenas, familiares, parientes lejanos, compartir panes sin levadura, recordar a Moisés, su éxodo, y toda aquella conquista en donde ahora estaban sus pies.

Mientras tanto, en las afueras de la ciudad, en la montaña de la calavera, se entregaba por voluntad de Dios, el verdadero Cordero que saldaba la enorme cuenta que teníamos los hombres para con Dios.

Aquellos celebraban la pascua de la liberación de Egipto, pero a menos de un kilometro, en las afueras de la ciudad moría el verdadero Cordero, el sacrificio perfecto, la expiación sinigual para que el hombre pudiera ver en aquella cruz la salvación de su alma.

Y con el, dos hombres.
Sin buen testimonio, sin ética ni moral. Dos criminales eran llevados con el Hijo de Dios a la montaña de crucifixión. Dos hombres indeseables, ( si pensamos que eran llevados a la cruz aquellos a quienes se les consideraba rebeldes, asesinos, y criminales), que morirían con Cristo Jesús en cuestión de horas.

Allá arriba, se dan conversaciones que quedaron registradas en el evangelio. Después de ser objeto de burla por parte de los judíos, de los gobernantes religiosos, de los soldados y ser abandonado por sus cercanos, uno de los criminales le injurió diciendo:

” Si eres el mesías, sálvate, y nos salvas a nosotros”

Mientras que el otro le reprendió diciendo:

“Ni aún en tu agonía de muerte tienes temor de Dios, nosotros merecemos esto por nuestros actos, El no”.

La insolencia del hombre y el irrespeto hacia Dios no tiene límites. Los hombres han destruido su cuerpo, su vida, su familia, su salud y sus emociones y cuando están postrados levantan su voz contra el cielo diciendo:  ¿Dónde esta Dios? ¿No es que Dios es bueno? ¿Por qué Dios permite que pase por todo esto? ¿Por qué no me salva?

Se han olvidado de su creador, han pasado toda su vida haciendo y deshaciendo, comen de su pecado y se deleitan en las injusticias, y cuando están en su lecho de muerte, gritan: sálvame Dios.

Dios es bueno, y el es bueno para con los limpios de corazón. (salmo 73:1).

Por otro lado están lo que reconocen su condición y su pecado. Aquellos que son conscientes de que Cristo Jesús padeció por los injustos, siendo El justo.

Aquellos que aceptan que están en aquella cruz, porque sus actos lo han llevado ahí, y lo único que queda es tener temor de Dios, e implorar su favor y salvación.

Aquel hombre su insolencia lo condenó, al otro su temor le salvó. No hay mayor interpretación en el texto. 

Y de estos diálogos se desprenden algunas verdades que quisiera compartir:
Todos nosotros somos pecadores, y somos incapaces de salvarnos a nosotros mismos (Romanos 5:6), eso quiere decir que doctrinalmente el segundo criminal declara una gran verdad: “nosotros merecemos la cruz”.Otra verdad es que el hombre culpable pretende que Dios le salve o le saque de sus apuros, o de su muerte. El primer malhechor dice: sálvate y nos salvas a nosotros también. Aquel hombre es una muestra de que el ser humano sigue pensando que no ha sido suficientemente malo para merecer algunas cosas, que por cierto se deben a que el Señor nunca ha sido amo de sus vida.Otra gran verdad es que el hombre puede humillarse delante de Dios, y ser provisto de salvación inmerecida. Eso también lo dice Romanos 5:9, que por su sangre preciosa podemos estar seguros de que Cristo nos librará de la condenación. Además, podemos estar a centímetros de nuestro Salvador como lo estuvieron aquellos dos hombres, y por un lado creer que merecemos ser rescatados por el Señor y con tal pensamiento morir sin Dios, o bien, podemos ser conscientes de nuestra condición y humanidad y encomendar nuestra vida a quien de verdad es Justo, a Jesús el cordero de Dios y decirle: acuérdate de mi cuando vengas en tu reino.

Bendiciones.
Pastor Randall Gamboa






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