Creyentes prisioneros de las envidias amargas y ambiciones egoístas. Pastor Randall Gamboa

 

Celos amargos y pleitos en el corazón.

Santiago 3:13-16 

Si ustedes son sabios y entienden los caminos de Dios, demuéstrenlo viviendo una vida honesta y haciendo buenas acciones con la humildad que proviene de la sabiduría; pero si tienen envidias amargas y ambiciones egoístas en el corazón, no encubran la verdad con jactancias y mentiras. Pues la envidia y el egoísmo no forman parte de la sabiduría que proviene de Dios. Dichas cosas son terrenales, puramente humanas y demoníacas. Pues, donde hay envidias y ambiciones egoístas, también habrá desorden y toda clase de maldad.


El apóstol Santiago tuvo que haber identificado algún desorden de carácter personal en la vida de los creyentes al escribirle acerca de los celos amargos y de las guerras que se daban en el corazón de aquellos en el primer siglo.

Santiago pregunta ( RVR 1960), ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros?. El mismo contesta: muestre por su buena conducta sus obras con sabia mansedumbre.

Ya hemos dicho antes, que hay pecados muy visibles, sin embargo los celos, las amarguras y las envidias pueden ser difíciles de identificar, aunque al final, esta especie de “cáncer” emocional cobrará su factura en la vida de los cristianos tarde que temprano.

Empezará a asomarse en la dificultad de contentamiento, en la insatisfacción personal, en la murmuración hacia otros, en frases de resentimiento, en la pérdida de la comunión con los hermanos, y claro, afectará a su propia familia produciendo mucha quejas a lo interno del hogar, ya que la “vida” que anhelo tener no la tengo, la tienen otros.

Santiago trata tales envidias, celos y pleitos internos, como conductas y pensamientos terrenales, animales y diabólicos. No son menos. Son exactamente eso. Y la Iglesia de hoy no puede pensar de ellas con ligereza ni con liviandad.

Cuando nosotros, o nuestros hermanos en la fe caen en estas conductas, están cayendo en propiedad satánica, y su fe cristiana y esperanza en Cristo puede estar peligrando al abandonar la verdad de Dios y su conducta de mansedumbre.

Creo que todos en algún momento hemos escuchado a hermanos decir: “No se que será, pero me cae mal tal hermano” “Que se creerá fulano de tal” “Algo tiene aquella familia que no la soporto” “Aquellos siempre tienen que sobresalir” “Mengano siempre viste de tal forma, es un presumido”. 

Si lo anterior esta alrededor de nosotros, o lo hemos visto en algún hermano que amamos, entonces tenemos una responsabilidad doble:

En primer lugar debemos ayudar a tal hermano a orar y pensar diferente de los demás.Si existe una persistencia de conducta, debemos alejarnos para huir nosotros mismos de alguna raíz de amargura.

Hay una verdad con muchas verdades derivadas.
 El cristiano cuando empieza a poner la mirada en las cosas terrenales, ha dejado de ver la riqueza espiritual que hemos heredado en Cristo Jesús.El cristiano ha menospreciado el contentamiento del que habla Pablo en la vida de los cristianos, por estar codiciando y envidiando las cosas de este mundo que no enriquecen el alma. ( 1 Timoteo 6:6)El cristiano debe ser enseñado por la Palabra y el Espíritu de Dios en una vida piadosa, o sea, una vida entregada y devocional al Señor, para que así pueda ver con los ojos espirituales que la codicia, y la envidia son artimañas diabólicas.El cristiano debe saber, que siempre habrá gente que tendrá más que otros, gente que trabaja más que otros, y personas que son más ordenadas que otros.
Si por alguna razón hemos caído en éstas cosas, y nos hemos amargado ( tal conducta enferma y amarga, sin lugar a dudas), corramos a la presencia de Dios, y pidamos perdón. Digámosle al Señor que nos enseñe a amar a otros, que nos enseñe a valorar el trabajo de otros, y que nos vista de mansedumbre y humildad.
Que nos dé esa sabiduría que viene de lo alto que es pura, pacífica, amable, buena, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre, ni hipocresía, llena de la justicia de Dios. (versículos 17-18).


Pastor Randall Gamboa
San José, CR.



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